viernes, 1 de junio de 2018

La sombra de Brey


Me he despertado con el ánimo por los suelos. Anoche, tras una larga jornada llena de tensión e incertidumbre, me fui a dormir sabiendo que el presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy Brey, había decidido desaparecer sin dimitir. Creo que fueron los avispados reporteros de La Sexta los primeros que localizaron el restaurante donde estaba comiendo el señor Rajoy. Supongo que en las ocho horas que pasó allí comió bien; quizás tomó entrantes, aperitivos, primer plato, segundo plato, postre, pan y algún líquido para acompañar y empujar posibles malos tragos hasta un estómago que, sin duda, está acostumbrado a digerir cosas terribles. Yo sé lo que es eso: he visto cosas que vosotros no creeríais. Yo, como Roy Batty, sé lo que es vivir con miedo, ser esclavo.

Habrá quien piense que estoy exagerando, pero no. He mirado en el diccionario la definición de la palabra esclavo/esclava: “[persona] Que carece de libertad y derechos propios por estar sometido de manera absoluta a la voluntad y el dominio de otra persona que es su dueña y que puede comprarlo o venderlo como si fuera una mercancía”. Es mi vivo retrato. Me han sacado en montones de fotografías, imágenes impías reproducidas una y otra vez en la televisión, en los periódicos, en teléfonos móviles, en todas partes en internet. Se han reído de mí y del lugar que ocupé ayer por unas horas. Había estado otras veces muy cerca de Rajoy al lado, en frente, detrás, a la derecha, a la izquierda, a sus pies, pero nunca había ocupado su sitio hasta ayer. Fue algo sorprendente, lo sé, totalmente inesperado. Ni siquiera Soraya sabía que esto iba a ocurrir. Fue un acto no premeditado, un impulso, sin alevosía, creo… Al principio fue incómodo, lo reconozco; sin embargo, al mismo tiempo sentí como si ese fuera mi espacio natural y merecido. He cargado con tareas tremendas, con agendas llenas de responsabilidades, con horarios insufribles, con papeles en los que se habían trazado leyes draconianas. He llevado dentro de mí todo eso y mucho más que me callo ya se sabe el poder que tiene una mordaza. Por eso, cuando me vi allí, sin pretenderlo, me dejé llevar por la vanidad y pensé que, quizás, había alguna razón para que se produjera tal hazaña. Quizás, después de tanto anonimato, yo merecía estar en aquel sillón.

Me he visto en esas imágenes y he sentido pena por mí mismo y orgullo a la vez: no todos los días se puede ocupar el puesto de todo un presidente de gobierno. Sí, sé que no soy más que un bolso grande, negro y sin gracia. Sé que me hice demasiadas ilusiones, pero ¿qué podía hacer yo? Me pusieron allí para reemplazar un vacío que duró demasiado tiempo. No obstante, soy consciente de que hoy es otro día, que aquello fue solo un sueño y yo soy apenas un replicante.

Miro el reloj impaciente. Ya son las nueve y media y aquí seguimos, sin sombra de Brey.



sábado, 21 de mayo de 2016

Gritos opacos

Leo noticias tremenadas en el periódico cada día: gente que se queda sin trabajo, vabundos que no tienen para comer ni dónde dormir; gente deshauciada; niñatos de mierda que queman a personas que se refugian por la noche en los cajeros de los bancos; más gente deshauciada; violencia de adolescentes, entre adolescentes, hacia adolescentes; violaciones de mujeres, de niñas, de niños, de hombres, solos o en grupo, violadores sueltos, violadores que salen de la carcel y que reinciden, violadores sin reinsertar, violadores individuales, violadores en grupo; salvajes en las calles que se mezclan con otros animales; perros maltratados y maltratadores; mujeres a las que golpean con palabras y con puños, a las que clavan armas, a las que disparan y matan; mujeres que nunca han denunciado a sus maltratadores, mujeres que han denunciado muchas veces, ignoradas, violentadas, asesinadas. Malestar, hambre, deshaucio, violencia, homicidios. ¿En qué sociedad vivimos? ¿Qué clase de mundo estamos construyendo? ¿Qué universo estamos destruyendo? Da miedo tanta miseria. Nos aterroriza la vida. Nos acecha la muerte, todos los días, todas las noches.

ALARIDOS NOCTURNOS

Duros tiempos, malos tiempos.
Se le ha roto un botón
a la blusa de la noche;
la tela deja entrever los quejidos
que se le escapan del pecho.
No es exceso de voluptuosidad;
es escasez de decencia.

La noche vela,
la noche nunca duerme.
Merodea Nyx por los rincones
y se asusta de tanto desatino.
Nació del Caos y engendró el sueño,
pero en la calle solo gesta pesadillas.

Ya no duerme la noche,
solo acecha.

Dormitan los vigilantes del bienestar,
descansan los menesterosos
del agitado encuentro con la injusticia.

Se toman un respiro los mendigos
que solo extienden sus manos por el día;
por la noche les duelen los dedos,
y les sangra el alma,
y se les encogen las tripas.

Se envuelven en cartones los indigentes;
se cubren de periódicos y
se mimetizan con la basura,
como muchos políticos;
eligen algún banco que suena a topónimo
para esconder sus posesiones;
se apretujan en algún cajero
buscando romper el largo frío nocturno,
siempre con miedo:

miedo a dormirse,
miedo a no despertarse,
miedo a permanecer demasiado tiempo,
miedo a la muerte,
miedo a la vida,
miedo de los niñatos de mierda
que se aburren
con la abundancia de su estupidez
y se divierten quemando
las miserias que les molestan.

Alguien tendrá que coser ese botón
para que no se oigan los gritos noctívagos,
para que no molesten los baladros
a los ricos anestesiados,
a los hipócritas deshumanizados,
a los gobernantes aletargados,
a los narcotizados dirigentes,
a los acomodados ciudadanos dormidos.

Son malos tiempos, duros tiempos,
para ocultar en la oscuridad
tantos alaridos.